martes, 26 de agosto de 2008

boceto de muerte de amigo

Cuando el suicida no deja nota
el velorio es puro cuchicheo:
(lo hizo por esto, lo hizo por aquello)
(tenía deudas o depresión endógena);
y a partir de este copuchenteo sentimental,
nuestra psique archiva un sinnúmero de inverosimilitudes:
(dejó de ser el mismo después de la abducción)
(fue un accidente u otra de sus bromas)

Pero cuando el corpus del suicida está ahí,
a la vista, encajonado, henchido y grisáceo,
no queda otra que tragarnos la amarga bilis
como soldados familiarizados con la muerte.
No vale la pena imaginar el modus operandis:
¿de qué sirve saber qué sabana eligió,
o si tomó antes una taza de café?

Cuando el suicida no deja nota
una rabia invade el corazón de los deudos,
que alterados buscan entre los cachivaches del muerto
algo que les permita entender la drástica decisión,
pero no hay tal colilla impaga de Dicom,
ni test de Elisa que diga positivo,
ni una huevá por la maldita cresta,
que tranquilice a la vieja y a los amigos
que noche tras noche rasgan sus cueros cabelludos
buscando respuestas.

Porque el suicida, antes de,
nunca se mostró abatido por algún tema en particular,
era pura música, cháchara y vino,
había planificado viajes e independizarse;
tenía una banda, un programa radial
un hijo y varias pololas.
He ahí lo complejo del asunto:
entender la mente humana en todas sus dimensiones
interpretar el acto suicida como un descanso eterno,
sin vida después de la vida,
sin reencarnación,
sin desenterrar al muerto
y congelarlo para revivirlo cuando las tecnologías lo permitan.
no, no hay resurrección
sólo nos quedan recuerdos muy buenos recuerdos.